En el Pacífico colombiano la naturaleza es sorprendente. Además de los sobrecogedores paisajes, la visita anual de las ballenas convierte este escenario en un lugar incomparable. Una oferta creciente de turismo sostenible y de bienestar dialoga con el entorno y pone a disposición del visitante inolvidables experiencias de encuentro consigo mismo.
Entre la serranía del Baudó y la costa Pacífica colombiana, a 30 kilómetros de Nuquí (uno de los paraísos naturales del departamento del Chocó), los viajeros que acaban de llegar a esas tierras se disponen a comenzar una práctica de yoga. En medio de la selva y el mar hay meditación, control de la respiración, movimientos pausados y pensados, sensación de paz y una escucha activa y consciente del viento, las olas y los animales. El viaje comienza con un ejercicio de conexión consigo mismo y con todo lo que lo rodea, una forma de agradecerle al universo el poder estar ahí y de integrarse a la naturaleza.
Pero el viaje comenzó antes, en Medellín, Pereira, Bogotá o Quibdó (ciudades que cuentan con vuelos para Nuquí), en unas avionetas que por lo pequeñas tienen la cualidad de dejar sentir a los pasajeros cómo cortan el viento y atraviesan el cielo como un ave que vuela a muchos kilómetros por hora y no se da cuenta de lo que deja atrás. Cuando se llega a Nuquí, la playa, el mar y la selva asombran por su complementariedad y el clima tropical, que oscila entre los 25 °C y los 28 °C hacen sentir a los viajeros que se está en otro mundo, uno donde el tiempo cobra otra dimensión, donde se viaja despacio, con calma, donde no solo los ojos están abiertos sino también el corazón y la mente, donde la esperanza de encontrarse con las ballenas jorobadas guía cada paso.
Los viajeros comienzan su viaje de transformación en un hotel ecológico. Después de la práctica de yoga de bienvenida, el día transcurre con serenidad en actividades que van desde el silencio y la contemplación hasta caminatas en la selva. El tiempo pasa en un trabajo de constante desconexión y reconexión.
El paisaje es propicio, la selva biodiversa que caracteriza a la serranía del Baudó y a su lado el océano Pacífico, hogar de las ballenas jorobadas, es un lugar para maravillarse con el paisaje, olvidarse del trajín de las ciudades, sentir la brisa en el rostro, sorprenderse con la diversidad de la fauna y la flora, y compartir una excepcional experiencia junto a las ballenas jorobadas. Estos majestuosos mamíferos llegan anualmente desde la Patagonia hasta el mar colombiano en busca de aguas cálidas y tibias para aparearse y tener sus crías; en este lugar se respira vida y tranquilidad.
Los viajeros que buscan paz y un viaje de transformación de conciencia comienzan y terminan el día con una práctica de yoga, a veces en la playa, otras veces en la selva. Aquí se tiene la oportunidad de abrir el corazón y la mente para valorar el mundo que los rodea y vincularse con el ecosistema.
Las ballenas jorobadas emprenden un viaje de casi 25.000 kilómetros desde la Antártida hasta el Pacífico colombiano para tener sus crías. Ballenas y ballenatos saltan sobre el horizonte chocoano. Nuquí, Chocó.
El sol, cuando apenas se asoma, recibe su saludo. La mañana comienza con hora y media de meditación, luego viene un saludable desayuno y una de las actividades más esperadas del viaje: el avistamiento de ballenas.
Después de casi 8.000 kilómetros de migración desde la Antártida, las ballenas jorobadas llegan a Colombia y solo regresan cuando la temporada más fría de los polos ha pasado. Entre junio y noviembre la dinámica de las costas del Pacífico se activa y son muchos los turistas que viajan para conocer a estos imponentes cetáceos, los que primero llegan a Buenaventura, Juanchaco y Ladrilleros, para luego subir a Nuquí, la Ensenada de Utría, Bahía Solano (pertenecientes al sistema costero de la serranía del Baudó) y al istmo de Panamá.
Los cantos de las ballenas se escuchan desde que los viajeros se suben a la lancha para empezar un viaje de “amor, alegría y unidad que las ballenas regalan con sus cantos y vibraciones”. Aunque desde la cabaña donde están alojados los viajeros es posible ver las ballenas a lo lejos, la experiencia de montarse en una lancha, zarpar mar adentro y buscarlas es imprescindible. Las ballenas y los ballenatos (sus crías) pasan por el lado de los viajeros y estos se deslumbran al sentir la inmensidad de la naturaleza viva en esos animales que llegan a medir hasta 14 metros y pesar 40 toneladas.
¿Sabías que Colombia tiene el número más grande de especies endémicas; es decir, que no se encuentran naturalmente en otras partes del mundo?
Este es un viaje de respeto, en el cual el ser humano se queda a un lado, a una distancia prudente como un simple testigo del espectáculo que es ver las ballenas jorobadas libres en su cotidianidad. El avistamiento termina después de una o dos horas y los viajeros se dirigen al hotel donde almuerzan platos típicos caracterizados por la abundancia de pescados de la región. El día continúa con una visita a Playa Amargal, una reserva natural en Nuquí y, por supuesto, con una práctica de yoga en la misma playa para despedir, reconectar y agradecer.
Después de la práctica de yoga con la que comienza el día, los viajeros toman el desayuno y, después de un breve reposo, se aventuran selva adentro. El destino es una cascada a una hora de caminata desde el hotel, en búsqueda de meditación y silencio. Se trata de estar inmersos en el agua, sentir la corriente, contemplar la potente caída del agua, escuchar la selva, las aves.
¿Sabías que la Isla de Malpelo es la cima de una cordillera submarina de 1.400 kilómetros perteneciente al sistema de los Andes?
La serranía del Baudó es uno de los lugares más biodiversos del mundo; este es un bosque milenario que abriga primates como los monos aulladores y los titíes; aves como los loros, las águilas, los pájaros carpinteros y los tucanes; felinos como los tigrillos y los jaguares, y ranas como la cocoi o arlequín venenosa que únicamente se encuentra en selvas húmedas tropicales y se caracteriza por sus llamativos colores, sus manchas, anaranjadas, amarillas, rojas, blancas o azules y por el veneno que secretan con su sudor cuando son sometidas a situaciones estresantes.
Después de este estimulante despertar al colorido y las voces de una naturaleza viva, el día termina con una práctica de yoga restaurativa.
La práctica de yoga comienza más temprano que los días anteriores. A las cinco de la mañana los viajeros están en medio de la playa y de la selva preparando su corazón y su mente para la experiencia que vivirán en las próximas horas: un segundo avistamiento de ballenas acompañado con una meditación de consciencia cetácea. Los locales guían esta vivencia con instrumentos musicales -como cuencos y palos- y con cantos interpretados por mujeres de la zona, para generar una conexión con las ballenas.
Esta forma de meditación se basa en la idea de que los cetáceos son seres sabios, portadores de luz y guardianes de la conciencia crística. Los humanos tienen mucho que aprender de estos seres ancestrales que pueden ayudarnos a combatir la ignorancia y la separación respecto a la naturaleza. Los cetáceos son un ejemplo de cooperación, algo que las sociedades humanas tanto necesitan para ser más solidarias.
Aunque es muy difícil rastrear de dónde viene este tipo de meditación, se puede decir que es una tendencia que en los últimos años ha tomado importancia gracias a la búsqueda que han emprendido muchas personas, cansadas de la desconexión que provoca el mundo moderno, de maneras de vincularse consigo mismas y con el universo a través de prácticas meditativas como el yoga, el zazen, la vipassana e incluso tendencias que han ganado fama como el mindfulness.
La meditación de consciencia cetácea responde a esa búsqueda por la armonía, la paz, el bienestar físico y mental… Innumerables culturas en el mundo han visto a estos animales como un símbolo de la creación de la vida por haber existido desde el principio de los tiempos. Probablemente de ahí viene la idea de que la ballena es una guardiana. Esta experiencia termina al mediodía y da lugar a una tarde de relajación y, como siempre, una práctica de yoga de dos horas al final del día.
Es el último día de esta experiencia de reconexión, búsqueda de bienestar y sanación. Como todos los días, los viajeros practican yoga a las seis de la mañana, esta vez para agradecer y despedirse de un lugar que los abrigó por cinco días y que fue el escenario de un viaje transformador que sin duda los dotó de herramientas para hacer frente a la realidad citadina de cada uno de ellos. Después del yoga, viene el desayuno y el regreso. En la serranía del Baudó, en las playas del Pacífico colombiano, en Nuquí, las personas pueden emprender un camino de de conexión consigo mismos y de liberación junto a las ballenas jorobadas.
Texto por María Fernanda Cardona