Bogotá se ha convertido en una ciudad cosmopolita en la cual el arte, la cultura y la gastronomía conviven en cada esquina y barrio de la capital. ¿Cómo se vive en la Atenas sudamericana?
Bogotá existe muchas veces. Lo hace en las estrechas calles del barrio La Candelaria, en los balcones de madera y en los techos de teja de barro carmín que vieron nacer a la capital del país el 6 de agosto de 1538. Existe en su arquitectura colonial, en sus iglesias, en la visión de Germán Samper Gnecco al diseñar la Biblioteca Luis Ángel Arango, en sus museos y pasajes empedrados que siguen conectando a los visitantes con los albores de la historia.
Pero hay otra ciudad que se erige a pocas cuadras de la Bogotá clásica. Una metrópoli que reinventa sus espacios cada cierto tiempo y en la que se vive el arte, la cultura, la moda y la gastronomía de todas las maneras existentes.
Ortega y Gasset planteó que la ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. Dijo que la gente construye la casa para vivir en ella y funda la ciudad para salir de casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya; de esta manera, Bogotá se vive más en sus calles y espacios comunes que en lo que se entiende como la casa propia, el espacio privado.
La Bogotá que se aleja de las pilastras y gárgolas del Capitolio Nacional, esa misma que a finales del siglo XIX acuñó el término de la Atenas Suramericana, existe en barrios tradicionales que han reinventado su vivir. San Felipe, por ejemplo, ubicado entre las calles 72 y 80, entre la avenida Caracas y la carrera 24, es un barrio que hace diez años era como cualquier otro en Bogotá, con calles angostas, panaderías, talleres mecánicos, un parque central, algunos lugares para almorzar y una iglesia que abría cuando todo lo demás cerraba.
Sin embargo hoy en día, al mejor estilo de SoHo o Wynwood, en San Felipe convergen más de cuarenta espacios entre galerías, cafés, cervecerías, bares y lugares en los que se puede disfrutar de la cultura, el arte y la gastronomía. Desde que en el año 2004 se inició la Feria Internacional de Arte de Bogotá (ARTBO), el crecimiento acelerado de estos espacios ha redefinido a la ciudad. La aparición de un nuevo coleccionismo de arte instalativo, performático y contemporáneo ha transformado a la capital del país en una ciudad cosmopolita que vive la cultura como un encuentro más que como una mera acción de observación.
Es por eso que la Noche San Felipe, un evento que se repite dos veces al mes y en el que las galerías, cafés y restaurantes abren sus puertas desde las seis de la tarde para ojos curiosos, coleccionistas ocasionales y peatones que están por el lugar, se ha convertido en un éxito. En palabras de varios de los galeristas del barrio, la creación de un circuito fortalece el mercado y el gremio, porque en noches como esta, cientos de personas se toman las calles y recorren decenas de galerías para conocer el trabajo de los artistas expuestos. Los peatones se apropian del barrio y el arte se convierte en una conversación que traspasa las mismas exposiciones.
La última Noche San Felipe del año 2019 fue el 12 de diciembre; desde las seis de la tarde el barrio recibió a los asistentes al cierre de una década de crecimiento cultural. Conversaciones, risas, una exploración tímida de espacios desconocidos, conciertos y un público que rara vez llega a ser el mismo son varios de los elementos que se repiten intermitentemente entre cuadras. Los galeristas y varios artistas asisten y comparten con gente que aprecia sus obras o aprovecha la noche alejada de la observación crítica de un coleccionista. La idea es disfrutar, abrir el circuito, vivir el barrio.
¿Sabías que, aunque los grandes eventos artísticos de Bogotá se concentran en unos cuantos meses, el circuito se mantiene activo todo el año gracias a las múltiples actividades y exposiciones de las galerías y colectivos?
En Bogotá la noche siempre es joven. La ciudad, esa en la que anochece sobre las seis de la tarde, enciende sus luces antes del último rayo de luz y abre sus puertas para que los visitantes disfruten de sus secretos mejor guardados. Sus sabores, atizados por las nuevas propuestas y siempre a la vanguardia de la agenda mundial, varían casi tanto como el público que recorre sus calles.
En Bogotá es posible encontrar platos que van desde preparaciones tradicionales hasta cocina molecular y experimental en la misma cuadra.
La ciudad se ha convertido en un epicentro de restaurantes de talla internacional. Cada año son más las propuestas que aparecen y es casi imposible que las opciones se agoten a la hora de querer probar algo nuevo. Los espacios que cuidan desde su menú, su diseño de interiores, un personal de calidad, hasta la música y las propuestas artísticas que acompañan la experiencia de sus comensales se han apropiado de localidades y barrios, gracias al amplio abanico gastronómico que ofrecen.
En La Macarena, un barrio fundado en 1950 cerca al centro de la ciudad, que limita con los cerros Orientales y se caracteriza por sus casas de colores, conviven restaurantes con propuestas tradicionales y algunas más cercanas a la comida mediterránea y a la europea.
Por otra parte, a más de un centenar de cuadras al norte, Usaquén, un barrio cuya zona colonial fue construida en 1665 y en donde se encuentra una de las zonas gastronómicas más reconocidas de la ciudad, se destaca por su valor arquitectónico, sus restaurantes con amplios patios, su mercado de pulgas y, por ser un punto de encuentro para disfrutar de la comida de cada rincón del país y del mundo.
Entre esos dos barrios hay otras opciones igual de variadas y reconocidas internacionalmente por su calidad, como es la localidad de Chapinero, en donde se encuentran dos de los tres restaurantes que en el año 2019 aparecieron en la lista Latin America’s 50 Best Restaurants; dicha localidad cuenta con barrios como Quinta Camacho, la Zona G, la Zona T y el Parque de la 93, todos lugares reconocidos por sus excepcionales preparaciones. Restaurantes griegos, de comida rápida, italianos, españoles, japoneses, peruanos, argentinos, de comida molecular, preparaciones con ingredientes ciento por ciento locales, restaurantes veganos, otros con ubicaciones secretas, pasadizos que conectan al paladar con la experiencia; Bogotá ofrece un sinfín de opciones a la hora de comer.
¿Sabías que Bogotá está a 2.625 metros sobre el nivel del mar, lo que la convierte en la tercera capital más alta de Suramérica?
Al mejor estilo de cualquier capital latinoamericana, no es de extrañar que entre un restaurante y otro se encuentren tiendas de diseño, bares, puntos de encuentro en donde los andenes se convierten en pasarelas; en Bogotá la gastronomía, la cultura y la moda suelen ir de la mano.
El Circuito Arte Moda (CAM) nació en Estados Unidos en New York, Los Ángeles y el sur de la Florida hace doce años con la intención de divulgar el trabajo de artistas de todas las disciplinas existentes. En el año 2015, por iniciativa de un emprendedor colombiano se inauguró una sede oficial para toda Latinoamérica en Bogotá; a raíz de esto, la reinvención del espacio público de la capital del país logró constituir un circuito en el que conviven moda, artes plásticas, música y gastronomía al aire libre.
Al aprovechar espacios como el transporte público, museos, casas en el centro de la ciudad y establecimientos comerciales, Bogotá ha convertido sus calles en pasarelas para todos los estilos. Las industrias creativas, potenciadas por la era digital en la que estamos, han crecido debido a la proactividad de los colombianos que cada vez más le apuestan a emprendimientos en estos rubros con el fin de mostrar al mundo lo que están haciendo.
En la última década Bogotá se ha convertido en una ciudad en la cual la moda redefine el paisaje urbano.
Las tiendas de diseño independiente, las ferias, los lanzamientos de colecciones e incluso los festivales musicales favorecen la exploración fashionista de una generación que desafía los estándares. Además, Bogotá sigue inaugurando centros comerciales en los que cada vez más, grandes marcas llegan con sus propuestas incentivando la competencia entre los gigantes y las apuestas independientes.
Lo cierto es que Bogotá existe de muchas maneras en el mismo lugar. Sus calles cambian dependiendo de quien las habite y sus aceras mutan constantemente. Una estación de Transmilenio puede ser eso o un escenario en el que desfilan colecciones con patrones inspirados en el Caribe colombiano. Sus barrios son bestias noctívagas que varían conforme la noche transcurre y sus habitantes tienen la posibilidad de ser quienes quieran ser en los espacios que más disfruten.
Bogotá existe para todos los que la quieran visitar, para quienes deseen perderse entre sus artistas, sus sabores y contrastes. La ciudad se reinventa para cada quien y entre sus calles se esconden, a simple vista, las mil caras de una gran metrópoli que no para de crecer.
Texto por Nicolás Rocha