Históricamente, Cali ha sido reconocida en el mundo por la salsa y, en años recientes, la música del Pacífico ha ganado un lugar visible gracias al Festival Petronio Álvarez. Además de esta potencia musical, otras expresiones artísticas dinamizan esta hermosa y vibrante ciudad.
Al caminar por las calles del barrio San Antonio se experimenta una acogedora sensación de calor de hogar, de estar navegando en la familiaridad de un pueblo pequeño que flota en medio de una ciudad grande. Por momentos, sus calles se parecen a las del pequeño Salento, pueblo turístico del Paisaje Cultural Cafetero, y otras veces puede sentir que ha llegado repentinamente al barrio La Candelaria de Bogotá, con su arquitectura colonial y su oferta turística de cómodos hostales, restaurantes de variadas gastronomías y coloridos muros intervenidos por talentosos artistas locales.
Si usted no sabe para dónde va, una de esas fachadas le resultará desconcertante y magnética, difícilmente podrá evitar detenerse, sacar la cámara y tomar muchas fotos y, probablemente, sus ojos le obligarán a entrar con pasos curiosos al otro lado de ese portón negro. Si usted ha venido hasta este punto específicamente por el sonoro voz a voz, por la epidémica fiebre desencadenada en redes sociales o porque algún conocido le pidió que no regresara a su lugar de origen sin traerle como souvenir caleño uno de esos coloridos carteles, entonces usted sabrá de inmediato que acaba de llegar a La Linterna.
Desde afuera resulta imposible descifrar el color de una enorme pared totalmente cubierta con carteles de todas las tonalidades, líneas y estilos. La irresistible fachada es una postal variopinta del alma cultural caleña. Allí están, a todo color, los iconos de la cotidianidad del Pacífico: la marimba, instrumento tradicional conocido como el piano de la selva; la exótica fruta llamada chontaduro, y el tambor con su piel sonora. Junto a los elementos del Pacífico hay personas como Celia Cruz, Héctor Lavoe e Ismael Rivera, grandes maestros caribeños de la música salsa, ritmo latente en el corazón de la ciudad.
Además, comparten esta fachada homenajes gráficos a Luis Ospina y Andrés Caicedo, personajes de la generación que en los años setenta otorgó un nuevo nombre, cinéfilo y divertido, a esta ciudad: Caliwood. En su juventud, también ellos imprimieron los carteles de sus películas en el taller La Linterna.
Al abrir el portón es posible entender de dónde salieron todos esos carteles y cómo los hacen. Dos enormes máquinas Heidelberg de finales del siglo XIX imprimen tipografías móviles con sellos en linóleo. El rugir metálico de las máquinas marca el ritmo de la tarde junto a los tambores y vientos de la salsa, unidos a las voces en varios idiomas de los visitantes colombianos y extranjeros que han venido al lanzamiento de una nueva serie de carteles de salsa; al pie de las Heidelberg están Olmedo Franco, Jaime García y Héctor Otálvaro, los prensistas y maestros que con su trabajo dan vida a este lugar.
Con las manos llenas de tinta, Héctor saca de la máquina un tambor amarillo, verde y rojo. Reciben tantos visitantes curiosos que ya están acostumbrados a contar la historia: “Yo llegué acá en 1989, gracias a mi cuñado Olmedo, que trabaja todavía conmigo. En ese momento aquí se imprimían carteles de películas, espectáculos, eventos deportivos, conciertos de salsa y rock, y eventos culturales. Para esa época La Linterna ya era viejísima; no hay datos precisos de cuándo comenzó, aunque todo indica que desde los primeros años del siglo XX ya existía, en un local del barrio Santa Rosa, como a diez cuadras de San Antonio. Yo no sabía nada de esto, comencé como ayudante, aprendí y ahora llevo más de 30 años en el negocio”, recuerda Héctor.
¿Sabías que casi el 60% de la población del Valle del Cauca se encuentra en Cali?
Hoy, La Linterna es un atractivo turístico y un referente cultural de Cali; no obstante, este momento idílico es muy reciente en medio de una larga historia llena de altibajos. Cuando el Diseñador Gráfico Fabián Villa entró por primera vez a La Linterna, en abril de 2017, la fachada lucía muy distinta. Había regresado a Cali después de trabajar varios años en agencias de publicidad bogotanas y se había mudado a San Antonio; junto a Patricia, su cómplice en múltiples proyectos, buscaba un lugar donde imprimir los carteles para una exposición de artistas emergentes. Recuerda Fabián con su voz vivaz de cadencia valluna: “Esto no era como los visitantes y los turistas lo ven ahora. Era solo un portón cerrado, como el de un taller de mecánica, y nadie sabía lo que pasaba adentro. Entramos a preguntar el precio de los afiches y nos enteramos de la crisis por la que atravesaba La Linterna”.
La situación era dramática, la competencia en litografía ofrecía posibilidades de diseño contra las cuales les resultaba casi imposible competir.
Muchas paredes del barrio San Antonio, El Peñón y el centro de Cali están llenas de color. Tapizadas por los carteles de La Linterna o intervenidas por talentosos muralistas locales.
Estaban a punto de cerrar el local, de liquidar a los empleados y de chatarrizar las hermosas y antiguas máquinas Heidelberg.
Fabián y Patricia prendieron las alarmas, abrieron el portón metálico e hicieron la exposición dentro del taller de impresión para que todos los visitantes pudieran ver de cerca y en funcionamiento esos dinosaurios de metal. Convocaron a todo el mundo y empezaron a empujar intensamente desde las redes sociales, su preocupación no era solo estética, era urgente tomar medidas para un rescate patrimonial: “Lo primero es que chatarrizar las máquinas hubiera sido un crimen para la historia del diseño gráfico y lo segundo es que el trabajo de los maestros es muy importante, pues son tres personas que llevan casi cuarenta años trabajando en esto ¿qué habría sido de ellos si La Linterna hubiese cerrado?”, afirma Fabián.
La respuesta entre los jóvenes caleños fue rápida y masiva, todos se movilizaron al salvamento de La Linterna; los diseñadores gráficos y artistas de la ciudad se volcaron hacia el taller para imprimir sus trabajos. Nuevas colecciones con temáticas variadas y experimentación a partir de las técnicas clásicas atrajeron turistas, coleccionistas y compradores casuales. En palabras de Héctor Gamboa: “Por muchos años, por medio de las artes gráficas este lugar adornó las calles de la ciudad, pero ahora con una nueva generación, este arte ha pasado del exterior al interior y ahora decora las paredes de las casas”.
Fabián y Patricia constituyen un eslabón entre los maestros Olmedo, Héctor y Jaime, y toda una joven generación de diseñadores, ilustradores y artistas que van a La Linterna a aprender, a imprimir y a experimentar. El diálogo entre los veteranos y los aprendices es un intercambio creativo que revitaliza a ambas partes. Héctor Otálvaro habla con emoción de estos chicos que le han cambiado la vida: “Ellos tienen ideas y diseños buenísimos, pero nosotros tenemos el conocimiento de estas técnicas. Juntos hacemos carteles que yo jamás hubiese imaginado y que ellos no hubieran sabido cómo imprimir en estas máquinas”.
Una tarde de sábado, los visitantes y la música desbordan La Linterna. Maestros y jóvenes narran la historia viva de la gráfica local a visitantes de todo el continente y de Europa, quienes miran con asombro las Heidelberg en funcionamiento, mientras escogen el cartel salsero o cinéfilo para llevarse a casa.
El barrio entero hace eco de esta colorida y sonora dinámica. San Antonio respira alegría, música y cultura. A pocas cuadras de La Linterna están las colinas, dos de ellas, una literal y otra musical. La primera colina es el imponente cerro tutelar coronado por una iglesia alrededor de la cual el barrio comenzó a construirse en 1787. La otra también se llama La Colina, pero es un tertuliadero abierto en 1942 y en el cual, desde entonces se habla de cine, de literatura, de artes, de amores y de sueños, al ritmo de la incesante salsa y con el sabor de una cerveza bien fría acompañada por una jugosa marranita, un aborrajado o una empanada (frituras típicas de la región).
Sin necesidad de alejarse mucho de San Antonio, Cali ofrece una diversidad de espacios culturales y turísticos. El museo La Tertulia es el epicentro cultural, no solo de la ciudad, sino también de la región Pacífica. Al igual que La Colina, este museo nació como tertuliadero del barrio San Antonio en los años cincuenta. Poco después, al crecer y cimentar su vocación gráfica, se trasladó al oeste de la ciudad en un corredor turístico frente al río Cali.
La Curaduría histórica de este espacio confirma la íntima relación de la ciudad con las artes gráficas, así lo reconoce Carlos Hoyos Bucheli, Director Educativo del museo: “Durante los años setenta y ochenta La Tertulia se convirtió en el centro de la producción gráfica del país como consecuencia de la realización de las Bienales de Artes Gráficas; no es gratuito que buena parte de las 1.800 obras que conforman la colección sean de este tipo y eso da cuenta de la historia de estas artes en el continente”.
En el vecino sector de Granada, un nuevo circuito creativo y gastronómico comienza a abrirse paso. El espacio Lugar a Dudas, fundado por el artista Oscar Muñoz, es el eje de este movimiento joven de artes visuales contemporáneas. Su innovadora Curaduría dialoga y complementa los procesos liderados por La Tertulia y conserva puntos de contacto con la tradición gráfica de La Linterna. En La Tertulia y en las dos colinas Cali es voces en alto, vientos y tambores antillanos; en Lugar a Dudas, Cali es joven, talentosa y creativa; en La Linterna -a través de la gráfica- Cali es tradición negra, salsa y Caliwood.
La salsa se vive en todos los sectores de la ciudad. El visitante extranjero tiene la oportunidad de aprender a bailar en academias abiertas en sectores como San Antonio o puede disfrutar observando el ritmo de las parejas caleñas.
Texto por Ángel Unfried