La cultura afro celebra sus tradiciones

Música, gastronomía, bailes, trenzados y peinados son parte de las prácticas culturales que los afrodescendientes legaron a la nación colombiana mientras ensayaban rutas de resistencia y libertad.

La ternura es una abuela que trenza, un domingo por la mañana, los cabellos de su nieta en una calle de San Basilio de Palenque, un pueblo al norte del departamento de Bolívar, en el Caribe colombiano, fundado por esclavizados cimarrones que se fugaron del puerto de Cartagena de Indias. Allí suenan los tambores desde el siglo XVII y quizá desde esa misma época las abuelas peinan a sus nietas contándoles historias de resistencia. La ternura también pueden ser dos jóvenes negras que un viernes al mediodía, en la víspera de una fiesta en Guachené, al norte del departamento del Cauca en el Pacífico colombiano, se turnan ensayando peinados en un patio bajo la sombra de un árbol de caracolí. En Guachené, un pueblo habitado por afrodescendientes, desde los tiempos del mazamorreo de oro y el trabajo en las haciendas, los habitantes negros se trenzaban el cabello.

 

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Foto por Ximena Vásquez

 

Estas postales de ternura se replican a diario en zonas de todo el territorio nacional. Colombia cuenta con una amplia variedad de poblaciones habitadas por afrodescendientes. Su música, gastronomía, bailes, tradición oral y peinados enriquecen la experiencia de visitar nuestro país. Múltiples ferias, fiestas, festivales y carnavales colombianos tienen un marcado y vivo tinte negro.

Detrás de estas escenas está la memoria: los que cuentan lo que hace tiempo a otros le contaron, hablan de cartografías dibujadas por expertas trenzadoras con los cabellos en las cabezas de mujeres y niñas que luego fueron usadas por negros cimarrones como mapas de fuga. Los que saben dicen que en el principio siempre estuvo el pelo: Alonso de Sandoval, un juicioso sacerdote y evangelizador jesuita, que se pasó gran parte de su vida elaborando un tratado sobre las características de los africanos traídos a Cartagena –el principal puerto esclavista de América–, dijo que uno de los signos más claros de identificación de estos pueblos era la forma de llevar el cabello, con el que hacían –escribió el religioso– “mil invenciones agradables”.

 

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Foto por Ximena Vásquez

 

Los rapsodas que le cantaron a la memoria de los pueblos esclavizados también dijeron que en sus grandes afros hombres y mujeres escondían semillas y que apenas tuvieron oportunidad, sacudieron sus cabezas para esparcirlas en territorios donde germinara la libertad. Otros dijeron que los cabellos abundantes sirvieron para guardar ocasionalmente pepitas de oro de las minas que los esclavizaban y con ellas comprar la libertad. Lo cierto es que la ruta, y la complicidad del pelo en su trazado, ya estaba construida desde tiempos remotos. Y hoy, los afrodescendientes en diversos sitios de Colombia, son cada vez más conscientes de la importancia de esta memoria. Lo asumen como un componente de su identidad, pero ahora sus cabellos ya no ocultan, se muestran y continúan narrando de otra manera.

 

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Foto por Ximena Vásquez

Junto a los tambores, los peinados son una forma de comunicación fundamental de los afro en la construcción de la identidad nacional.

 

Esa ruta que exhibe un orgullo, una belleza sin complejos ni imposiciones, puede comenzar en San Andrés, Providencia y Santa Catalina, los territorios insulares de Colombia en el mar Caribe. Allí, en esas tierras de barracudas y luna verde, de historias de piratas y al compás de los ritmos musicales de mento, reggae, socca y calipso, encontrará gente moviéndose en armonía con sus rastas, mujeres raizales tejiendo sueños en la cabeza de algún turista, y jóvenes en sus labores cotidianas luciendo peinados que nos recuerdan que la diáspora no sucedió hace tanto rato; hermanándose con otros pueblos negros del gran Caribe.

 

Peinados tradicionales y tambores.

 

Tambores, trenzas y afros en Palenque y Cartagena

En esta población, declarada por la Unesco en 2005 como Patrimonio Histórico e Inmaterial de la Humanidad, los peinados son tan cotidianos como el orgullo que desde el siglo XVII fundó el cimarrón Benkos Biohó, cuando desarrolló por estas tierras una soberanía sin cadenas. En cada casa alguien peina y trenza el cabello con la misma naturalidad con que se pilan los granos, se siembra el ñame, se preparan las conservas y se ordeñan las vacas: con la destreza serena con la que se hacen las cosas que han estado allí siempre.

Resulta también natural que el único salón del belleza del pueblo se llame Reina del Kongo, y que sus propietarias se preocupen por llenar de sentido ancestral lo que hacen. Trenzan para honrar las rutas de libertad, y sus trabajos tienen nombres tan prolijos como los diseños que estampan en las cabezas de sus clientes: el hundidito, el tomate, la puerca paría, innovación africana (conocida como la cachetá), son apenas unos cuantos denominaciones alegres de un talento que tiene historia.

En esta tierra donde el tambor vive, grita, desde hace más de veinte años se realiza anualmente el Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque para celebrar la gastronomía, la música, el baile y los peinados, es decir, las maneras ancestrales de comunicar. Bajo los cielos azules de octubre, cobran vida las tradiciones heredadas de África, adaptadas a los nuevos espacios y preservadas por generaciones comprometidas, que han depositado en la piel del tambor un eco de su esencia.

Aproximadamente a una hora de Palenque está Cartagena de Indias con su memoria histórica más cierta: la de la diáspora africana. Hace rato la barriada negra impuso su estilo y se reafirma en su forma de llevar el pelo: trenzas, cortes, afros abundantes, discursos de reivindicación y toda una pedagogía para su cuidado, circulan en las calles, en los colegios y escuelas, en la universidad, en las oficinas, en los eventos culturales y en la rumba cotidiana.

 

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Las rutas afro del Pacífico

La ruta, como en los viejos tiempos de la esclavización, remonta el río Atrato para entrar al Pacífico colombiano. La diferencia es que ahora se recorren esos territorios no solamente para encontrar las evidencias de un pasado que condenó de formas infame a unos seres humanos al trabajo forzado, sino para recrearse con aquellas tradiciones vigentes de resistencia, que reafirmaron el derecho a existir y la identidad a través de las maneras de peinar el cabello.

Quienes se han dedicado a inventariar las prácticas del peinado y el trenzado de cabello en la región, no dudan en destacar la particularidad de los estilos utilizados en Andagoya, un pueblo minero en el departamento del Chocó, la destreza de quienes se dedican al oficio en Robles, en el departamento del Valle y en Villa Rica, en el departamento del Cauca, un poco más al sur de la región del Pacífico colombiano. Trenzas, twists, tornillos, tejido… toda clase de técnicas para el peinado circulan en catálogos alternativos que la gente va creando, y en la organización de encuentros y festivales para premiar los mejores trabajos. A la par de esto, se han rescatado saberes ancestrales asociados a las plantas utilizadas para cuidarse el cabello: sábila, escobilla, hierba buena, ruda, mate y la corteza del árbol de guácimo se combinan con la cosmetología creada en los últimos años para conservar las cualidades naturales de los pelos afros.

En Istmina, Chocó, en el mismo lugar donde nació una cantadora negra a quien gracias a su canto la nación reconoce como La Negra grande de Colombia, se celebra un concurso temático de peinados ligado a las fiestas patronales de la virgen de las Mercedes en el mes de septiembre, en el que se destacan los valores geográficos y culturales de la región.

 

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Foto por Ximena Vásquez

 

En septiembre y hasta finales de octubre, la ciudad de Quibdó, capital del Chocó, a orillas del río Atrato, es una masa de gente que baila en las calles al mismo ritmo. Se trata de las Fiestas de San Pacho, una celebración en honor a San Francisco de Asís que se realiza desde 1648 y que en el año 2012 fue declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Música, carrozas, bailes, disfraces y la conciencia de un pueblo que usó las fiestas como una catarsis para reinventarse en medio de las angustias cotidianas de los trabajos y los días, sin saber, quizá, que construía uno de los eventos culturales más importantes de la nación.

En Buenaventura, el principal puerto de Colombia sobre el Pacífico y en el que siempre ha existido una fuerte influencia de la estética de los movimientos negros de los Estados Unidos, las peluquerías para hombres negros en los barrios compiten por los mejores estilos. Estos escenarios son espacios de encuentros y sociabilidad de los jóvenes y con la migración a las grandes ciudades del país estas mismas prácticas se han trasladado a las dinámicas de belleza de Bogotá, Medellín y Cali.

La capital del Valle del Cauca y principal centro urbano de la región Pacífica es también la sede de uno de los eventos culturales que más ha crecido en las últimas décadas y que mayor cantidad de turistas atrae anualmente. Se trata del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que no solo se ha convertido en un referente de las músicas negras de esa región, sino que condensa en un mismo sitio y en una apuesta festiva y contagiosa, las expresiones culturales más acabadas de la población afrodescendiente.

Es necesario decir que muchas rutas se han tenido que andar para llegar al lugar en el que ahora estamos. En una sociedad esclavista la identidad puede ser convertida en estigma. El pelo que los identificaba también los condenaba; crecían, abundantes –como motas de cabello– la burla y la befa: a finales de los años sesentas el etnógrafo Luis Flórez, publicó un léxico con los diferentes términos que usaban los colombianos para denominar las partes del cuerpo humano. En la investigación, Flórez encontró un poco más de cincuenta vocablos populares para referirse al cabello de la población afrodescendiente. Todos, con una fuerte carga despectiva. Achicharronao, cadillo, churrusco, duro, pelicerrao, tornillo… son algunos de las maneras de referirse al cabello. Pero la gente, con la misma habilidad con la que las trenzadoras van tejiendo el pelo, aprendieron a darle la vuelta, a fugársele al estigma, a convertirlo en motivo de orgullo.

Quizá la abuela, que un domingo por la mañana peina con diligencia en una calle de San Basilio de Palenque, la cabellera abundante de su nieta, siempre lo supo. Y tuvo la paciencia para trenzar la identidad y la belleza que hoy algunos miembros de esta nación diversa, exhiben con gracia.

 

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Foto por Ximena Vásquez

 

Texto por Javier Ortiz Cassiani

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